viernes, 6 de julio de 2007

¿Por qué “María Madre de la Esperanza”?


El origen del nombre de la capilla no es fruto del azar ni del capricho, pero es preciso reconocer que se basó en hechos totalmente fortuitos que luego se encauzaron con una clara intención evangelizadora.
Antes que estuviera la capilla, pero cuando ya se estaba con la inquietud de buscar un lugar, el grupo misionero se reunía habitualmente en una de las salas del San Juan. En una oportunidad, apareció frente a la puerta una imagen de la virgen María. Vestida con un estilo español antiguo, de verde, con un pañuelo en la mano y lágrimas en la mejilla, descubrieron que se trataba de María al lado de la cruz, la “dolorosa”, en particular, una advocación conocida de Nuestra Señora de la Esperanza.
La idea de esperanza estaba presente en el sentir del grupo y era un tema frecuente en las charlas en el barrio. Rápidamente se acordó utilizar este valor para ponerle el nombre a la futura capilla y mientras tanto llamar así al grupo que hasta entonces no tenía nombre.
Lo que sí, fueron buscándole la vuelta para presentarla de la mejor manera posible y que fuera realmente un signo de presencia y cercanía de para todos, especialmente los jóvenes y los más pobres del barrio.
Por un lado, definieron el nombre. Que iba a ser “...de la Esperanza”, seguro, pero ¿Cómo llamarla a “ella”? ¿Nuestra Señora? ¿María? ¿Madre? ¿Virgen? Al fin, se priorizaron dos aspectos: primero, “María”, ella misma, su nombre original de mujer, más sencillo y cercano; y después, “Madre”, su rol materno que habla de cuidado, ternura, cariño, protección, confianza y a la vez, la que nos presenta a su hijo, que es la Esperanza.El otro tema fue la imagen misma. La verdad es que era una imagen con rasgos tristes y un estilo europeo antiguo. Por eso, y ya cerca de la fecha de la inauguración, se cambió por la imagen actual que presenta otra visión de la misma “María Madre de la Esperanza”, pero vestida como en nuestras tierras, jovencita, con Jesús en brazos, con una sonrisa alegre que se dibuja en sus labios, con los pies descalzos, sencilla, sin coronas ni cetros, como quien viene a acompañar más que a dirigir, a caminar más que a instalarse, a jugar entre los pibes más que a esperar que la veneren.

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